martes, 23 de noviembre de 2010

Electro-Química otoñal.

- Fue maravilloso. Un fin de semana perfecto.

- Pero..., ¿pasó algo?

- No pasó nada.

- Entonces..., ¿por qué insistes en quedar con él?

- Porque creo que realmente estoy enamorada de la situación. No me importa no besarle o no acostarme con él. Creo que estoy enamorada de todo lo que me hace sentir, así, sin más. Yo soy así, no solo me enamoro de la gente. Puedo enamorarme de cualquier cosa, de un momento, de un lugar, de una voz, de una tarde otoñal, de una mirada sin que sea preciso reparar en el color de los ojos...

- No me digas más, tú eres una enamorada del amor.

- Eso sí, se podría decir que sí.

- No aguanto a las chicas que se autodefinen "Enamoradas del Amor".

- ¿Cómo puedes ser tan bestia?. No hay nada más hermoso que eso.

- Una cosa no quita a la otra. No digo que no sea hermoso, pero acaba siendo tedioso. Podéis sentir con más intensidad que cualquier otra persona pero siempre dejáis todo inacabado. Sois el claro perfil de los altibajos emocionales, os gusta saberos incomprendidas, colocar barreras infranqueables y ficticias, solo por culto al amor... tu fin de semana idílico con él es prueba de ello...
Fotografía: César SV.

- Eso no es cierto. No me refiero a que no quiera darle un beso, tampoco es que me reprima. Es solo que me siento muy bien así, cualquier alteración que perturbe lo que hoy vivo no se merece ni un ápice de mi pánico. Quiero eso, símplemente dejarlo estar. Llámalo intervención divina o reacción electro-química, pero adoro escucharle, la manera con la que enarca las cejas cuando atiende a lo que le cuento, cómo esquiva la mirada cuando descubre que lo estoy devorando poco a poco en silencio, el modo con el que sonríe cuando se siente observado,... por no hablarte de lo que siento nada más verle...

- Entiendo, sientes la patada en el estómago.

- Sí, lo has clavado. En ese momento llego a comprender la facilidad con la que llegamos a impregnarnos de otras personas. Puedes compartir tantas cosas con alguien que al término de esa relación ya no eres tú misma. Has absorbido tanto de esa persona que es dificil recordar lo que eras antes de esa relación, ¿No crees?

- Creo que a lo que te refieres no solo ocurre con una relación. No maduramos de un modo u otro por nosotros mismos. Casi en totalidad, somos un amasijo formado por los escombros con los que nos topamos en el camino, llámale hogar, familia, escuela, amigos de infancia, pasajeros,...

- Da igual chico, creo que no me entiendes. ¿Y a ti nunca te ha pasado?

- ¿Qué, copiar el carácter de mi pareja?, aunque no lo creas tengo una personalidad de hierro.

- No, no se trata de copiar nada, todo va cambiando en esa consonacia, se va forjando una persona más dentro de ti. Pero no me refiero a eso, digo si has sentido alguna vez la patada en el estómago.

- Sí, solo una vez. Y fue un quebradero en toda regla.

- Pues puedo asegurarte que a esa chica nunca la olvidarás. A las de dolor de estómago nunca se les olvida.

- Ni a las de dolor de cabeza tampoco.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Las dos palabras.

Cada vez entiendo menos a los adultos. Y menos aún ese lenguaje secreto que solo ellos dominan.

Hace varios días mi madre llegó a casa y, esta vez, no se detuvo en la entrada para dejar el abrigo.  A toda prisa vino hacia el salón, llevándose las puertas con los codos. Mi padre, que había permanecido sentado y callado durante una hora, se levantó y caminó hacia ella. Entonces ocurrió: Mi madre pronunció aquellas dos palabras.

Supe que eran las palabras más bellas porque los dos se abrazaron y se besaron durante largos segundos sin que mi madre lo apartara repitiendo lo de siempre: "El niño..."
Yo seguí viendo los dibujos animados sin saber muy bien que hacer... A tientas presenciaba la escena que el reflejo de la pantalla del televisor me describía.

Fotografía: César SV.
No tengo claro el tiempo que pudo dedicar mi madre para dar con esas palabras. Pero estoy seguro de que consiguió lo que quería, porque no se han despegado desde aquel día.
Y si mi madre lo había conseguido yo no iba a ser menos. Yo lo intentaría como ella.

En el cole me armé de valor y me senté junto a Marta. Mientras coloreaba su dibujo miré su lápiz rojo y pronuncié aquellas dos palabras. Ella me miró...
-¿Qué dices?, No se qué es eso.
-¿Pero cómo no vas a saberlo? Son las dos palabras más bonitas del mundo, y yo te las digo a tí.
-Yo no se qué es eso...
-Pues yo no se explicartelo. Si quieres, ahora en el recreo, vamos y se lo preguntamos a los mayores.

Así fue cómo nos dirigimos al patio de los de mayores y, esquivando los empujones, nos integramos en un pequeño grupo para preguntarles el significado de esas dos palabras. Cuando las pronuncié un chico unicejo dejó de masticar su chicle y se lo pasó al otro lado de la boca para preguntar -¿Qué...?
Cuando volví a pronunciarlas todos se miraron y echaron a reír. Ellos tampoco sabían el significado y no pude explicar a Marta lo que quería decirle realmente.

Nunca entenderé a los mayores. Pero me contento con saber que mi padre sí conocia el significado de esas palabras y con que, desde entonces, tanto él como ella sonrían todo el tiempo. No entiendo la magia de todo esto, pero a decir verdad, algo ha cambiado para bien. No se sueltan de la mano, se miran durante la comida cuando creen que no les veo, juegan a esconderse y a encontrarse. Y deben de madrugar aún más porque desde aquel día me mandan a la cama más temprano...

"Las palabras más bellas de nuestro idioma no son <¡Te quiero!> sino <¡Es benigno!>". Woody Allen.

martes, 14 de septiembre de 2010

Las cerraduras de Dalí.

Nunca creímos en aquellos que hacen de la lástima amores eternos. Hemos sabido apostar por el amor más sincero, el más puro. Sin tapujos ni grilletes. Un amor como el que os une a ti y a tus lienzos ahora sangrados, llámalo "sanguina" si así lo prefieres.

Ilustración: César SV.
Siempre me lo negarás, pero tus lienzos hirientes imitan a los suyos. Tú, al igual que Él, intentas iconizar aquellos animales místicos que brotan del espejismo de un desierto. Buscas la amalgama de colores que describan lo que una niña observa desde su ventana.

Recuerdo las palabras de aquel viejo loco de bigote pasmado: "El canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la Ternura", a eso mísmo se refería..., si su amada Gala moría, él querría que ella encogiese, que fuese cada vez más menudita, así... hasta el punto de poder tragarla. De este modo Gala quedaría siempre dentro de él.

Tus deseos son los suyos, al igual que tus cuadros, también son imitaciones.

Tu capricho asesta el primer brochazo y comienza el goteo de un endemoniado reloj. Su tic-tac me hace cada vez más pequeño. Ya casi no existo y me obligas a salir del marco.

Las granadas se desgranan y el camisón cae al suelo cercandote los tobillos. Huyes de aquel pequeño perímetro de seda, primero una pierna y luego la otra, hasta que tus dedos rastrean el escondrijo de un pectoral hecho a creyón.

El tenebrismo se vuelve turbulento, la luz se solapa en las dunas del costillar y en todo lo híspido, hasta que las líneas de los contornos son una mera intuición. Es ahora cuando los girafelefantes echan a andar y tu cuerpo se diluye acrílicamente en una cromaticidad repugnante...

Por amor te devoraría. Me dejaría embriagar de colonia en tu peluquería. Recitaría los versos más hermosos, yo bajo tu ventana, tú sobre mi narizón. Mis cartas concluirían con el mejor membrete... pero por una vez, seamos proscritos de las modas errantes. Me fatiga este descontento, este descontexto. He aquí los des-síntomas del voyeur frustrado.

Y me cansa repetirlo:
No pienso ir a ningún oculista. Veo perfectamente.

miércoles, 21 de julio de 2010

Cuando se quiere lluvia.

En el principio del fin ya no recordaban por qué habían emprendido una nueva infancia en medio de aquella inmensidad.

Fotografía: César SV.
Aquella noche Ella le pidió amablemente que recogiera sus cosas y Él, con la misma serenidad, dejó su llave sobre la mesa y se largó. Ella perdío la mirada en algún punto infinito de aquella llave, ni el crujido de los cristales le hizo pestañear en el instante del portazo.

Fue en ese momento cuando sintió los primeros golpecitos en el techo, lluvia sobre el tejado. Segura de que llovía se refugió en el abrigo dejando el paraguas para otra ocasión. Hacía días que Él era un extraño y Ella, ahora, solo quería dejarse mojar.

El tedio de los días le habían enseñado a odiar la forma con la que Él vertía el azúcar sobre la espuma del café, la manera con la que Él dibujaba una línea en espiral antes de que aquellos granos blancos se sumergieran al fondo del vaso progresivamnete.

Era un día perfecto para dejarse mojar,...justo cuando la lluvia había pactado una tregua con aquella noche.

Sus últimos amaneceres se habían empañado con el vaho de su mal aliento al despertar, su mal aliento vencía con creces al mal humor.

Caminó por calles sin umbrales, buscó en la aureola de las farolas encendidas un atisbo de agua chispeante, pero, decididamente, aquella noche no llovería.

Cuando Él cogía un papel sobraban las dudas, era predecible que en la siguiente media hora Él se dedicaría a hacer trocitos de papel cada vez más pequeños.
Ya no recordaba la última vez que lo hicieron. Los últimos días no soportaba aquellas manos feroces aferradas a sus gluteos.


Abandonó la búsqueda de una nube escurridiza y dio media vuelta. Se conformaba con volver a casa buscando en los charcos la doble dimensión de una noche sin lluvia.

Los abrazos acolchados ya no eran torpes como al principio, sino la convicción de que el mejor abrazo era imposible. Las sábanas ya no eran un laberinto donde extraviarse, se habían convertido en muros que sugieren la salida.
Olvidó aquellas piernas en las suyas cuando eran enredaderas de pelo rizado. Con las horas se habían transfigurado en grilletes que producían un picor repulsivo.


Llegó a casa sin purificación, por esa razón olvidó besar a Lar. Un rastro de prendas secas esparcidas en el corredor fueron marcando sus pasos hacia la habitación.

Y allí, una vez más, desnuda sobre la cama escuchó llover. Pero esta vez no buscó su abrigo. Se envolvió entre las mantas y cerró los ojos. Prefería dormir sin saber, sin averiguar dónde llovía... si en la calle, si en su ventana, o en la franela de su almohada.


"No hay mayor causa para llorar que no poder llorar". L.A.S.

domingo, 6 de junio de 2010

Crisis de ultratumba.

¡Chicos y chicas! ¡Poned un poco de atención!. En la clase de hoy hablaremos de Tres seres terribles.
Fotografía: César SV.
Tres mujeres que aún hoy, en algunos vetustos lugares de nuestro mundo, los estómagos se encogen con solo escuchar tan solo uno de sus nombres... Tres hermanas temidas no solo por los mortales, sino también por los mismos dioses. Incluso el propio Zeus estaba sometido a sus traviesas voluntades. Tres hermanas, unas tijeras impregnadas de un óxido mortal, una hebra nada peculiar, y un abominable fin, un cometido repudiado por todos los seres de la mitología y del mundo antiguo...


Las Moiras, Las Tres Moiras, las que más tarde en Roma serían conocidas como Las Parcas. Ellas, las que determinaban el destino de cada mortal se repartían el trabajo de la siguiente manera:

Cloto, la más pequeña, era quien extraía de una rueca el hilo de la vida y del destino de cada mortal y de cada dios o semidios.

La mediana, Láquesis, tenía una tarea aún más espeluznante. Con un criterio aleatorio elegía la medida exacta de cada hilo vital y decidía en qué momento ese hilo debía detenerse...

Pero estaba también la hermana mayor, Átropos, la “inevitable”, de nauseabundo aspecto, la más detestada, la más temida por sus repugnantes tijeras. Ella era quien, eligiendo la manera de la muerte, cortaba en seco el hilo que su hermana Láquesis sujetaba con aire indeferente…


- Adelante Láquesis, tensa bien ese hilo...

- Así…

-¡Láquesis,Átropos! ¡Venid, a prisa!

- ¿Qué ocurre Cloto?

- ¡Hermanas, no os lo vais a creer!, ¡Una desgracia!

- ¡Por Pólux hermana! ¿Qué es lo que ocurre?

- Se nos ha terminado el hilo…


Ya inmersos en ella…, bien pudiera abarcarlo todo algún día. Algo en positivo sacaríamos..., bien pudiera....

lunes, 22 de marzo de 2010

Monóloco.

La sombra de una polilla baila en las 4 paredes. Él quiere dibujar con su dedo en el aire esa silueta de nerviosismo cíclico, pero no lo hace. Introduce su mano derecha bajo la pierna, la aprisiona contra el asiento y reprime así su instinto. No quiere cometer fallos, hoy puede ser su gran día.

Fotografía: Maitos.
Mantengo firme la teoría de que cuanto mayor es la agonía de un individuo, mayor es el descontrol de su poder creativo, de su poder de acción. Una agonía que no necesariamente ha de ser triste, sino también jubilosa. Tal vez en esa agonía se encuentre la raíz de todo esto. Tal vez cobre vida en ese reverso de la persona donde nace el impulso de manifestarlo, de canalizarlo a través de una imagen, en palabras, en melodía, en los mismos actos del día a día... La mente humana necesita imaginación y un simple estímulo provoca un cataclismo de imágenes, de pensamientos, de deseos...
Creo que en este tiempo yo también he sentido esa agonía, y lamentablemente no puedo hablar de una agonía que inspire demasiada alegría... No es que se me trate mal aquí pero si le soy sincero, mientras mi cuerpo está aquí, mi mente está ahí fuera. ¿Se da cuenta? "Ahí fuera". Llamo así a un mundo entero que me espera. Llamo así a unas calles que están sencillamente "ahí" mismo y a la vez tan alejadas de mis zapatos...


Creo que esto responde a su pregunta, ¿Por qué me dio por la escritura?... Solo puedo culpar a esa agonía, señor, y a los entresijos de mi pensamiento que durante mi estancia aquí se han ejercitado. Unos entresijos que a veces se dejan ver y atrapar. La escritura me traslada a otro lugar, al que yo elija o al que me deje llevar.


Fotografía: César SV.
A veces de las agonías más agónicas nace lo más pulcro. Piénselo por un momento, ¿Qué habría sido de Wilde sin aquellos deseos pecaminosos, contradictorios a los de su amado Jesucristo parido del medievo?,... créame que el destino de su ruiseñor hubiera corrido "mejor suerte", o al menos punzarse el corazón con la espina de un rosal hubiera servido para algo más que para desengañarse con el amor y volver a lo terrenal.
¿Y Virginia woolf sin el amargor de su infancia, sin su desgaste de la "lucidez"?.
¿Y la inspiración de Goldwing sin haber descubierto la crueldad humana, sin haber presenciado los escarnios increíbles de la guerra?.
¿Sabe?..., el embrión de la triste figura de Alonso Quijano se creó en un calabozo donde se retenía a un manco.
La Maga de Cortázar es sin duda el retrato de su anhelada Carol.
Y Bueno,... ¡Juá! ¿Qué me dice de los románticos?.
¿Y la necesidad de conjugar el realismo con lo mágico en un continente harto de siglos coloniales y explotación dictatorial...?
No le engaño si le digo que hay gente escritora y que para conseguir inspiración necesita una especie de flagelación sentimental... Sin ir más lejos en este libro que me publicaron nombro a un amigo escritor que me sirve de ejemplo, Ricardo Román. Él mísmo me confesó que había días en los que no se sentía motivado cuando todo le marchaba bien. Necesitaba aislarse, huir del hogar, de su amada mujer, de sus hijos,... todo con la sana intención de añorar y sacar partido a la soledad. Al desbordamiento de su inspiración en esos días en los que lograba vomitar toda la verborrea que se le podría en la cabeza se le sumaba posteriormente el éxito de sus escritos... quizá porque también los lectores sufren y buscan ese ente homólogo con el que identificarse..., ¿Imagina que un día en el futuro, esa angustia, ante la falta de sensibilidad (y por tanto de inspiración), se llegara a convertir en una mercancía tremendamente codiciada?
No me olvido por supuesto de otras mentes negligentes, también brillantes, que escriben para huir del tedio del tiempo.
Y en todo este amasijo de luces y sombras… ¿Quien es aquí el cuerdo?. En medio de todas estas espirales arcanas de la conciencia, en estos caminos tan distorsionados y enturbiados del pensamiento, en esas efigies y olores memoriables que abarrotan la sien, ¿Qué delgada línea separa la locura de la cordura?; ¿En qué momento hemos de reconocer que andamos inmersos en la más inocente enajenación mental?.

El ser humano es la contradicción personificada. Podría entender el temor a otra especie animal, pero no entiendo por qué tanto miedo a nosotros mismos... ¿Y cómo es eso?, ¿Por qué esa búsqueda de semejantes y esa lucha contra el aislamiento cuando en verdad nos tenemos tanto miedo..., hablamos de convivencia o de supervivencia? ¿Y cuando decirle a estos semejantes que viven encerrados en una paranoia?:
-¿Cuando salen desnudos de sus casas a plena luz del día?
-¿Cuando sudan en invierno y en verano no se mudan?,
-¿Cuando piensan en voz alta por los rincones, (o peor aún, en voz baja)?.
¿Quién le dice a un perro que ladra a su sombra que ha perdido el norte?.

Unos llaman locos a otros por el simple hecho de vivir en un mundo paralelo, inexistente, porque nadan a contracorriente, luego, ya se sabe, el sentido de la corriente... es lo “cívico”.

Algunos de los que condenan son los que hoy en día aún no se ven suficientemente fuertes para aguantar el peso de la vida y reclaman otra mejor en alguna parcelita de la bóveda celeste, anulando por completo la vida que hoy vivimos. Son ellos, señor, los que siguen adelante con esa mixtura de medias verdades y un mundo desconocido, perfeccionándole el músculo a la fe. Qué bello es eso, ¿no cree?, Si esto nos decepciona, siempre nos quedará la metafísica. Ya ve que nuestra imaginación no tiene límites, sobre todo para esta clase de nihilistas.

Hay quienes se creen más cuerdos aún colocando un crucifijo en cada lecho matrimonial. Así se sienten más “purificados”: Un trozo de escayola clavado a un madero o a un pedacito de mármol (según el fabricante), que bendiga los acercamientos nocturnos, las caricias, los sudores que enjuagan la desnudez, los poros erizados..., como si desde esa altura condenase algún que otro juego que se pase de lo permitidamente pervertido.

Así vive el ser humano: con miedo, con miedo a sí mismo, con miedo a esa locura, y así, combatiendo la demencia a toda costa cae en ella cada día cuando en esa lucha se niega de nuevo a sí mismo.

Fotografía: César SV.
¿Quién dictamina aquí quién es el cuerdo y quien es el loco? Acaso son los padres de las fronteras humanas, los que no se conforman con las fronteras de lo desconocido, con las fronteras que ya ofrece nuestro mundo. Los que no se sacian con cordilleras, con oceanos o con parajes ocultos, sino que, no contentos con eso, necesitan embotellarse en un cerco de alambre de espino. Son ellos, los que dictaminan quienes son los cuerdos y quienes los locos. Aquellos que solo atienden a razones de banderas, nación, y artillería nuclear. Los que ya han conseguido lo terrible: Recurrir al suicidio para evitar estar muertos. ¿Seguridad Nuclear?..., ¿A usted no le da la risa?, ¿Acaso nadie ve que son 2 palabras que no pueden, que no quieren ir juntas?. Con todo esto recuerdo las palabras tan acertadas de Bertolt Brecht : “...Lo dificil se aprende enseguida. Lo hermoso nos cuesta la vida...”.

Estos son los cuerdos que hoy enjuician a un loco,… ¿y usted? Después de esta retahíla de pequeñas sandeces, una vez que ya conoce el tiempo que llevo en este "centro terapeútico" y analizar mi evolución con la zyprexa..., mientras usted, mi querido juez de turno, en la lista dibuja ese símbolo de interrogación junto a mi nombre sin haber colocado aún el punto que sentencie el garabato... ¿Qué opina?,¿Cree que estoy más loco aún?. Dígame..., ¿Lo bastante como para que se me permita salir a pasear unas horas al día y darle así un respiro a la imaginación?

jueves, 11 de marzo de 2010

El castigo de Cronos.

Una vez más el asiento se le resiste. Intenta amoldarlo con sus manos, palpa torpemente el acolchado sin lograr la postura tan cómoda que había conseguido tan solo unos días antes. Mira sus zapatos, cada vez le quedan más holgados y se pregunta por qué: Tal vez se hayan ensanchado, o quizá le hayan dado los de otro. Las que visten de blanco le invitan a levantarse, pero él no quiere caminar: Él quiere mirar sus zapatos.


Encorvado bajo una luz fría, recuerda aquel día en el que su madre le partió el labio cuando, ante los ojos de los vecinos, lo sacudió a bofetadas en plena calle invocando al Dios Santísimo y a toda la corte celestial. Aquellos gritos hoy reverberan ante el abismo del olvido: “¡Desgraciado!, ¿Qué es eso de que la has preñado? .Pues ahora vas a cumplir, ¡¿Me oyes?, cumplirás como un hombre!”. Recuerda el olor a hollín de aquel día mientras una mueca sonriente deja salir un hilo de saliva y unos dedos temblorosos acarician su labio inferior buscando aquella cicatriz que nunca le quedó.


La guerra no está hecha para los militantes del humanismo. A él le sobrevino el estallido, pero no sucumbió. Siempre supo estar en el lado vencedor: ejercitó su exilio interior y el gaznate a la hora de engullir, sin importar la anchura, el carnet de algún que otro sindicato. Escupió sobre los brigadistas, repudió a las mujeres rapadas exhibidas calle abajo y cantó el Apocalipsis alzando su brazo con la palma abierta, dejando caer al suelo hasta el último resquicio de humanismo.


Su vecino de habitación le observa frente a él desde el asiento . En cualquier momento ese demonio de naríz hervida y boina roída se levantará del asiento y se aproximará para burlarse de nuevo. “Feo, más que feo, pareces un muñeco”. No malgasta con él las pocas palabras que le quedan, se limita a apuñalarlo con la mirada y esperar a que se marche por donde ha venido.
No era precisamente “feo” cómo le llamaban en su trono desde lo más alto del lupanar. Era el preferido de La Asturiana, la del culo más ancho, la más demandada. Su mujer nunca conoció a La Asturiana pero sí a otras tantas que le advirtieron de la galantería desmesurada que empleaba su marido con otras mujeres. Así llegaron las noches lujuriosas seguidas de madrugadas heladas bajo la aspereza del edredón, una cama fría, un patíbulo para la procreación del desamor, un escenario perfecto para la algazara y el moratón.


Un sabor a pila de botón inunda su garganta, ignora las llamadas en el hombro de los espíritus que nunca conoció, ni si quisiera en sus sueños, ahora amortajados. Busca en los ojos de las que, sentadas alrededor de una mesa, hablan durante horas sin escucharse. La de nariz aguileña lo saluda con la mano, pero él la rechaza. No es su mujer, busca los ojos de su mujer.


Llegó un virus otoñal y con él la enfermedad: el Mal de los reyes, herencia de un emperador hijo de una loca; también el Mal de los músicos, un audífono incapaz de canalizar las palabras susurradas, tan solo las silenciadas. Con la savia adormecida contrajo vértigo, sin razón, desconfianza y arrepentimiento. Besó con la frente el suelo para recoger su humanidad de nuevo, afortunado de sentirse perdonado. Pero la muerte llegó y ella se marchó, llevándose consigo su armazón. Así, frente al lecho, quedó desnudo calculando los segundos perdidos y recordando su última conversación:

Fotografía: César SV.

-Dímelo otra vez.
-No seas pesada…
-Quiero oírtelo decir una vez más.
-Está bien,...Para siempre.
-¿Para siempre?
-Para siempre, por siempre...


El enjambre de carruajes de los que olvidaron el arte de caminar sale en estampida de la sala al ritmo unísono que marcan centenares de bastones y zapatillas confusas. Es la señal, pronto las que visten de blanco vendrán a su búsqueda. Pero él no quiere dormir aún. Piensa en ella, en la foto que desde hace días no encuentra. Y se mira los zapatos. No consigue averiguar por qué sus zapatos son cada vez más grandes. Mientras los observa siente al menos ese pequeño consuelo, el de haber sabido comprender que cuando a un niño le aprietan los zapatos es de crecer.

jueves, 28 de enero de 2010

De raíz.

No es que yo fuese víctima de una sensibilidad desorbitada. Ya, a una edad temprana, la vida me confeccionó una armadura para amortiguar sus golpes y para sentir como solo puede sentir un individuo que vive y muere cada día dentro del marco que delimitan los trazos de la razón. Fue el único detalle amable que tuvo conmigo.

Y os burlais de mí porque traigo tierra y un tiesto para trasplantarla... Ya os dije que he conocido a muchas mujeres y que no, aún no se qué es hacer el amor, que no entiendo por qué insistimos en elevarlo a una dimensión espiritual, a un místico acto de íntima conexión..., cuando no hay nada más terrenal que la búsqueda del placer carnal, el follar por follar...

Soy reservado y conocéis mi orgullo, pero con vosotras, que no se os puede mentir, seré sincero. Es cierto que ella venía conmigo y supe sacarle partido. Quise mostrar la parte sensible que no tengo y con pocas monedas compré esta planta y la apariencia de jardinero fiel. Pero nunca será la idea improvisada de aquel instante. Hacía tiempo que quería comprar una planta y saciar esa necesidad de sentirme algo útil, algo imprescindible. Opté por hacerme cargo de un ser vivo, nada mejor que una planta. Una planta puede morir sin dejar el más mínimo peso en la conciencia. A mi parecer, son menos afectivas que un perro, por ejemplo. No es que tema coger cariño a un perro o a cualquier otro animal doméstico, pero hablamos también de otros dos factores, tiempo y responsabilidad, y en lo que a esto respecta, son incomparables. Bastante tiene el ser humano con aprender a domarse a sí mismo cada día.
Ya os dije que soy uno de los pocos que puede presumir de ser un asqueroso insensible. Y no por ello la vida me va peor.

La ocasión requería escoger la planta perfecta, aquella con brotes de flor roja. Me disponía a pagar cuando el dependiente pronunció el nombre de la planta. Antes de intentar repetir aquel nombre tan enrevesado ella se adelantó: "Llamémosla como el título de tu canción preferida, es también un bonito nombre para tu planta ...". Qué idea tan brillante. Estoy seguro de que es una sensiblona, pero ingenio no le falta. De algunas malas hierbas también se obtiene algún fruto.

Fotografía: César SV.
Y sí, como veis, aquí traigo tierra para trasplantarla. Y mirad, he pintado su nombre en el tiesto y la fecha de ayer. Creo que cuando ella la vea le gustará... ¿Miedo?, claro que no, es una simple planta y además, no se va a morir. ¿Miedo a qué? ¿A que quede en un rincón?¿A que la pintura de su nombre se desprenda y la mirada devastadora del tiempo descascarille su tiesto? ¿A que sus raíces mueran si conocer una tierra fértil donde agarrar?. Nunca compartí ese miedo. Nunca entendí a los que se toman la licencia de ilusionarse con el más mínimo detalle y luego, pobres de ellos, se sientan sobre el propio miedo de salir corriendo. Y si hoy mis labios están endurecidos es porque nunca tuve que hacer frente a ese miedo.
Y no me mireis así, estoy harto de vuestra indiferencia. No quiero que me deis la razón como a un loco. No quiero volver a escuchar que vosotras solo habéis salido de una nube para precipitar, rodar en el cristal y regresar por donde habéis venido. Y nada más.
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"...El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no solo el amor el miedo expulsa; también la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y solo queda la desesperación muda; y al final el miedo llega a expulsar de la persona la humanidad misma..."
HUXLEY.

martes, 26 de enero de 2010

Pictograma de un vendaval.

- Terminé la sopa, señor.

- Veo que tenías hambre chico, trae el plato, te echaré un poco más.

-Gracias señor, es usted muy amable...

- Cuentame entonces..., dices que la tempestad mató a tu abuelo, ¿Acaso le sorprendió fuera de casa?

-No, señor. Cuando llegó el huracán mi abuelo y yo corrimos hacia la caseta donde guardábamos las herramientas, cerca de nuestra chabola, y allí dormimos hacinados en aquel pequeño espacio.

- No entiendo entonces por qué dices que murió por culpa del temporal...

Ilustración: César SV.
- Porque el huracán se llevó el huerto. Arrancó todo lo que había cultivado, y removió la tierra que tanto había trabajado.

- Entiendo...

-Murió de pena señor, el huerto era nuestro único medio de vida. Era su vida. Murió a los dos días. Nada más llegó de sembrar otra vez y ¡Plaff!, cayó muerto en la entrada de nuestra chabola... Más sopa, por favor...

- Aquí tienes.¿Y qué sembró chico, qué fue lo último que sembró tu abuelo?

- Sal, señor. Le vi sembrar sal.