martes, 18 de febrero de 2014

Claroscuros del espacio mágico

Los asientos del metro ya no catapultaban hacia fuera como lo hacían antes, pero la Linea Central, conservaba el mismo color rojo sobre las cabezas de quienes elegían teletransportarse a través de sus libros o de la prensa londinense. Él no tenía letras impresas en las que distraerse, se entretuvo recordando las palabras que le impulsaron a ir tras ella: -"Me encontrarás donde acaba el camino, donde nuestras vidas vuelvan a cruzarse". De eso hacía, ahora, seis meses. Esas palabras solo  podían hablar de un sitio. Allí la encontraría.

El tren se detuvo unos segundos en la parada donde todo empezó, North Acton. Aquel día, mientras el sol aún se dilataba en España, entre claroscuros que presagiaban la llegada de un nuevo otoño londinense, él, amablemente, le prestó su abrigo y ella, agradecida, le echó el humo del cigarro en la cara. Follaron toda la noche y al amanecer se presentaron formalmente.

Un día escampó. Ella dejó de mirar por la ventana y se puso la ropa interior. Le hizo una proposición: se vestirían y cogerían el metro hasta llegar a Ealing Broadway, el final de la Linea Central: "...donde acaba el camino y nuestras vidas vuelvan a cruzarse"

Salió de la estación. Su instinto lo llevó hacia el río. La imaginaba allí, en medio de aquella tarde de claroscuros, clavada en el tramo central del puente, admirando el desamor de tantas historias que la corriente arrastraba al océano para diluirlo en la inmensidad del olvido. Pero los rayos de sol, que debían esquivar unas hojas que, resignadas, se aferraban a unos troncos adormecidos, no se proyectaban sobre ella. No había rayos, no había siluetas. Solo un gris devorando un puente vacío, un hueco que rememoraba unos años insulsos, desenamorados, una magia que había brotado en aquella ciudad y que se había extinguido en una España sin magnetismo.   
Fotografía: César SV.

Desde el puente lanzó una mirada triste al paisaje que su memoria le enmarcaba. Entendió, así, que conformarse con un recuerdo es peor que hacerlo con un jamás. Y así lo entiende un hombre que salta al vacío en la retina de quien lo espera en la otra orilla del río.