lunes, 28 de abril de 2014

Nihilismo y estética

Cuerda de espino para vertebrar una guitarra. Canciones olvidadas para un recién nacido.
Muerte: La baja presión de la sangre. Muerte. Y vida: El breve paréntesis de la eternidad.
Vida y Muerte.

Despojarse de la vida: Matar a la vida. Cerrar el paréntesis: ¿Quién lo abrió sin su permiso?

Camino: Largo camino. Y Destino: Eligió su destino.

El final: Ahora. Su final. El final de las palabras.Omega vomitivo. Guadaña redundante. 
La vida escondida: La vida de un muerto. La vida se esconde ahí, en la apariencia de un muerto.

No quiere vivir: Vivir para morir cada día. Suicidio. Sin despedida. Despedida es aclaración, aclaración por la que decide morir. Quien conoce el motivo no necesita aclaración, no espera revelación. ¿Por qué? Y ¿por qué no?

En Verano. Suicidio en verano. Pasto seco y cigarras catapultadas a cada paso. Muerte en verano
-En belleza, el verano envidia a la primavera, la primavera al otoño, el otoño sueña con el invierno y el invierno siempre quiso ser verano- Muerte en verano.

Fotografía: César SV
Muerte en verano: Muerte en las punzadas de los pies de los niños que juegan en un charco. Muerte en la brisa de la madrugada. Muerte en el sol de medio día. Muerte bajo un ciprés seco, cementerio seco: Cementerio en verano.

Suicidio bajo el sol: cierre de paréntesis enjuagado en sudor. - El invierno envidia al verano, el verano a la primavera, la primavera al otoño- Muerte en verano: Estación seca, polvorienta. Sol hecho a crayón para quien aprende a dibujar. Tierra Prometida del mosquito. Excremento suculento para una mosca. Mar para el nostálgico. Monte para el incomprendido.

Decide morir en verano. En un verano soleado, bajo un cielo despejado. En un pasto dorado ante la indiferente exaltación del peor de los insectos. Verano: la estación paréntesis del paréntesis. Verano: Decide morir en verano.

En el horrible verano...
¿No hubieses preferido otoño? 

(Arreglo "Apertura de paréntesis". Octubre, 2009)

martes, 18 de febrero de 2014

Claroscuros del espacio mágico

Los asientos del metro ya no catapultaban hacia fuera como lo hacían antes, pero la Linea Central, conservaba el mismo color rojo sobre las cabezas de quienes elegían teletransportarse a través de sus libros o de la prensa londinense. Él no tenía letras impresas en las que distraerse, se entretuvo recordando las palabras que le impulsaron a ir tras ella: -"Me encontrarás donde acaba el camino, donde nuestras vidas vuelvan a cruzarse". De eso hacía, ahora, seis meses. Esas palabras solo  podían hablar de un sitio. Allí la encontraría.

El tren se detuvo unos segundos en la parada donde todo empezó, North Acton. Aquel día, mientras el sol aún se dilataba en España, entre claroscuros que presagiaban la llegada de un nuevo otoño londinense, él, amablemente, le prestó su abrigo y ella, agradecida, le echó el humo del cigarro en la cara. Follaron toda la noche y al amanecer se presentaron formalmente.

Un día escampó. Ella dejó de mirar por la ventana y se puso la ropa interior. Le hizo una proposición: se vestirían y cogerían el metro hasta llegar a Ealing Broadway, el final de la Linea Central: "...donde acaba el camino y nuestras vidas vuelvan a cruzarse"

Salió de la estación. Su instinto lo llevó hacia el río. La imaginaba allí, en medio de aquella tarde de claroscuros, clavada en el tramo central del puente, admirando el desamor de tantas historias que la corriente arrastraba al océano para diluirlo en la inmensidad del olvido. Pero los rayos de sol, que debían esquivar unas hojas que, resignadas, se aferraban a unos troncos adormecidos, no se proyectaban sobre ella. No había rayos, no había siluetas. Solo un gris devorando un puente vacío, un hueco que rememoraba unos años insulsos, desenamorados, una magia que había brotado en aquella ciudad y que se había extinguido en una España sin magnetismo.   
Fotografía: César SV.

Desde el puente lanzó una mirada triste al paisaje que su memoria le enmarcaba. Entendió, así, que conformarse con un recuerdo es peor que hacerlo con un jamás. Y así lo entiende un hombre que salta al vacío en la retina de quien lo espera en la otra orilla del río.

miércoles, 13 de marzo de 2013

El jardín de las palabras

Las palabras, como todo, también tienen sus limitaciones. Unas son más asimilables, otras, en cambio, se crearon para el entendimiento de solo unos pocos.
Déficit, Inflación y Prima son palabras vacías, que siempre vienen acompañadas de porcentajes que describen cualquier "realidad económica".

De la misma manera, cada palabra tiene su momento. Hay palabras huecas, que vuelven y revuelven siempre para atenuar la gravedad de otras más tangibles, más acordes con una realidad palpable o, directamente, sufrible como Desahucio, HambreEstafa, Pobreza, Opresión, Corrupción, Desencanto.
Y en ese baile de mediocridad, en ese juego de "dónde está la bolita", en esa búsqueda de la palabra más precisa y oportuna, al menos una cosa es clara:

"Cada uno recoge lo que siembra"

Fotografía: César SV.

Eso sí, los refranes siempre tuvieron mayor alcance que ciertas palabras. Los refranes..., y una imagen, que también, según dicen, vale más que mil palabras.

jueves, 28 de febrero de 2013

Un enjuague contagioso

El silencio es un preludio de la nieve. Los pájaros enmudecen (cuesta recordar el tiempo que llevan callados) y los demás, hipnotizados, aún miramos esos copos suicidas a través de las ventanas. Cualquier sonido que viaje en el aire acaba por chocar contra uno de esos copos, que lo arrastra hasta al suelo donde perece, sin más rumor que la leve resonancia que crea una mota de polvo al posarse. Todos salen a zambullirse en ese manto crujiente y, aún así, todos los murmullos son lejanos. Son rísas y crujidos en la lejanía.

Fotografía: César SV.
Esa blancura parece enjuagar las mentes. Contagia sonrisas a todo aquel que se impregne de ella. Los niños, desorgnizados por la euforia, se desparraman en juegos improvisados, hasta que es un adulto quien ofrece la brillante idea de moldear un muñeco, y así poder realizar aquella ilusión que lleva arrastrando desde aquella niñez sin nieve.

El ejecutivo camina torpemente con su traje, y con paraguas y teléfono móvil en cada mano. Finge tener prisa y describe el suelo que pisa a su interlocutor, pero sólo él sabe que hoy es su día de libranza y que no hay nadie al otro lado del teléfono. 

Los coches más tercos se deslizan ladeados por el asfalto, sin más logro que estamparse a ralentí con otros coches más pacientes. Y esa escena de coches patinantes también provoca las sonrisas, que, poco a poco, van menguando a medida que el manto blanco se vuelve acuoso y marrón.

Es el deshielo, realmente, quien advierte del frío en el que nadie reparó. Por eso, mientras aquellos copos se deslizan por las alcantarillas, hay una estampida progresiva hacia el calor de los refugios que lleva la esperanza de volver a sentir, quizás algún día, una nueva alarma de silencio abosulto. 

miércoles, 30 de enero de 2013

Las visitas de Baco.

Para que Baco aparezca no es necesario gritar su nombre, ni pronunciarlo tres veces, ni atraerlo con húmedos susurros. Basta con perder la mirada en aquel punto donde el cielo se ata al suelo, justo donde se confunden los pigmentos de aquella maleza lejana que insinúa espectros fantasmagóricos, pero siempre inofensivos. Es allí donde aparecen las primeras pompitas que brotan del punto de fuga más profundo. Al principio flotan inertes y, luego, acaban ordenándose hasta trazar y completar su silueta.

Fotografía: César SV.
Desde lejos, Baco parece erguido. Pero, a medida que se acerca, puedo apreciar su doblamiento y su cojera. Viene hacia mí, retorciéndose en una risa que, primero, es estridente y, luego, acaba por unirse a mi propia carcajada. Y así, juntos componemos la misma estridencia. 

Lo mismo ocurre con su aspecto, cuanto más se aproxima, su joroba, peluda y berrugosa, se me hace más querible y amigable. Y, sin el más minimo síntoma de repugnancia, saboreo cada costra que curte su espalda y paso mi brazo por encima de su hombro. Se que le agrada la sensación de sentir mi hilo de saliva cruzando los variopintos relieves de su cuerpo, porque cuando lo hago, él, complacido, mueve su cola peluda con aspavientos circulares en el aire, como si imitara la punta de pincel del artísta más inseguro.

Y apoyado en él, y él apoyado en mí, caminamos ajenos a este mundo, hostil y resquebrajado, que tanto nos aburre. Así, nos deslizamos por un camino empedrado que nos hace rodar cuesta abajo y que nos aporta la inercia suficiente para hacer tirabuzones en el aire sobre todos los obstáculos que nos brinde cualquier problema o desengaño cotidiano.

A menudo tocamos el cielo con la punta de los dedos, hasta que el vómito sube por mi garganta y su flujo entorpece el trabajo de mis cuerdas vocales. A duras penas, mi voz articula, entre bocanadas, el juramento de no volver a repetir este encuentro.
Y ese pacto he de cumplirlo. Al menos, hasta mañana.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Silencio a voces

Todo el pueblo estaba al tanto y, sin embargo, todos callaban. Pero aquel silencio era un silencio a voces. Una insatisfacción muda y, al mismo tiempo, vociferada. Eran labios sellados bajo unos ojos abiertos, bajo un pensamiento histérico.


Todos caminaban por unas calles empedradas y brillantes. Unas calles que cegaban con el brillo de un infierno bicolor fraguado en un cielo de verano.

Fotografía: César SV.
Se miraban en silencio, sin apenas detenerse. Se miraban a gritos y esa era la confirmación para todos. La confirmación de que los demás también lo sabían. La confirmación de que no estaban solos.

Porque todos, todos sin excepción, lo sabían. Todos sabían que había vuelto en la oscuridad de la noche, que había pasado la madrugada lamiéndose las heridas en la majada del cerro y que, al amanecer, se había entregado al sueño. Aquel hombre dormido se convirtió en la gran preocupación cuando vieron llegar el carro de las contrapartidas.
Había caído la tarde y él seguía dormido, sumido en un sueño atrasado. Si nadie lo despertaba, pronto le echarían mano sin remedio. Si no llegara a despertar, su sangre se vaciaría sobre la paja del chozo, y quedaría salpicada en la pared tras el estallido de su pecho. Su cuerpo sería fotografiado, igual que un trofeo que lleva en el cuello y en la barbilla la marca de sangre reseca que lustra una gran hazaña. Y nadie podría hacer nada, todo seguiría su curso hacia lo imposible. Una vez más, fingir indeferencia ante la pesadilla.

Las últimas escaramuzas lo habían agotado. Las emboscadas sin tregua y las largas expediciones, guiadas por luces y sombras de montes y estrellas, habían abarrotado sus parpados. Nadie se atrevió a despertarlo. Y yo, ajeno a los ojos vidriosos de los demás, allí lo encontré. Al verlo tendido me asusté, él solo se limitó a abrir los ojos y desperezarse. Me dirigió sus últimas palabras antes de salir:

- ¿Sabes qué es lo que más me jodería si estos hijos de puta llegan a cogerme? Que moriré sin saber. Nunca sabré si ya he vencido al olvido.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Como aquel niño.

Fotografía: César SV.
Cuando las primeras olas engulleron sus pies adormecidos se sintió como aquel niño que vuelve a entrar en su madre después de nacer y sella con sus manos aquella rendija por la que nunca debió salir.
La luna hinchaba los pulmones al mar, pero su respiración había perdido bravura con el paso de los años. Sus ronquidos ya no eran como los de aquellos atardeceres en los que él saltaba al agua para amarrar su barca y el mar acudía a recibirlo hasta alcanzarle la cintura, como aquel niño que levanta de su asiento al llegar su padre y, aferrado a su cadera, intenta llegarle más alto con diminutos saltos agigantados.

Era en ese momento cuando el mar parecía pedir más cabidad, tras perder su particular batalla contra la presión de la luna. Pero era a la caída de la noche cuando acababa por desbordarse. Más aún en las noches que bajaban juntos a la playa y hacían el amor saboreándose el salitre en cada punto que los unía, cuando se ahogaban a bocanadas de las caricias de un oceano en ebullición. El mar rebosaba, tanto que la cima del acantilado quedaba salpicada de un afrós más vivo que el fecundado por cualquier dios mutilado.

Volvió a casa, como aquel niño cansado de esperar tras haber deshojado cien margaritas bajo la luz de una bombilla que ilumina el banco de un parque. Sin pasión, sin afrós, saboreando un salitre que, ahora, le parecía insípido.
Se detuvo antes de entrar y levantó la vista del suelo. Desde más arriba, su hijo, crecido y madurado, lo observaba con las manos metidas en los bolsillos. Encogido y sin esperar replica alguna, entró en casa y cerró con doble vuelta, como aquel niño al que descubren incumplíendo el castigo de afrontar la carga de los inviernos.

martes, 23 de noviembre de 2010

Electro-Química otoñal.

- Fue maravilloso. Un fin de semana perfecto.

- Pero..., ¿pasó algo?

- No pasó nada.

- Entonces..., ¿por qué insistes en quedar con él?

- Porque creo que realmente estoy enamorada de la situación. No me importa no besarle o no acostarme con él. Creo que estoy enamorada de todo lo que me hace sentir, así, sin más. Yo soy así, no solo me enamoro de la gente. Puedo enamorarme de cualquier cosa, de un momento, de un lugar, de una voz, de una tarde otoñal, de una mirada sin que sea preciso reparar en el color de los ojos...

- No me digas más, tú eres una enamorada del amor.

- Eso sí, se podría decir que sí.

- No aguanto a las chicas que se autodefinen "Enamoradas del Amor".

- ¿Cómo puedes ser tan bestia?. No hay nada más hermoso que eso.

- Una cosa no quita a la otra. No digo que no sea hermoso, pero acaba siendo tedioso. Podéis sentir con más intensidad que cualquier otra persona pero siempre dejáis todo inacabado. Sois el claro perfil de los altibajos emocionales, os gusta saberos incomprendidas, colocar barreras infranqueables y ficticias, solo por culto al amor... tu fin de semana idílico con él es prueba de ello...
Fotografía: César SV.

- Eso no es cierto. No me refiero a que no quiera darle un beso, tampoco es que me reprima. Es solo que me siento muy bien así, cualquier alteración que perturbe lo que hoy vivo no se merece ni un ápice de mi pánico. Quiero eso, símplemente dejarlo estar. Llámalo intervención divina o reacción electro-química, pero adoro escucharle, la manera con la que enarca las cejas cuando atiende a lo que le cuento, cómo esquiva la mirada cuando descubre que lo estoy devorando poco a poco en silencio, el modo con el que sonríe cuando se siente observado,... por no hablarte de lo que siento nada más verle...

- Entiendo, sientes la patada en el estómago.

- Sí, lo has clavado. En ese momento llego a comprender la facilidad con la que llegamos a impregnarnos de otras personas. Puedes compartir tantas cosas con alguien que al término de esa relación ya no eres tú misma. Has absorbido tanto de esa persona que es dificil recordar lo que eras antes de esa relación, ¿No crees?

- Creo que a lo que te refieres no solo ocurre con una relación. No maduramos de un modo u otro por nosotros mismos. Casi en totalidad, somos un amasijo formado por los escombros con los que nos topamos en el camino, llámale hogar, familia, escuela, amigos de infancia, pasajeros,...

- Da igual chico, creo que no me entiendes. ¿Y a ti nunca te ha pasado?

- ¿Qué, copiar el carácter de mi pareja?, aunque no lo creas tengo una personalidad de hierro.

- No, no se trata de copiar nada, todo va cambiando en esa consonacia, se va forjando una persona más dentro de ti. Pero no me refiero a eso, digo si has sentido alguna vez la patada en el estómago.

- Sí, solo una vez. Y fue un quebradero en toda regla.

- Pues puedo asegurarte que a esa chica nunca la olvidarás. A las de dolor de estómago nunca se les olvida.

- Ni a las de dolor de cabeza tampoco.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Las dos palabras.

Cada vez entiendo menos a los adultos. Y menos aún ese lenguaje secreto que solo ellos dominan.

Hace varios días mi madre llegó a casa y, esta vez, no se detuvo en la entrada para dejar el abrigo.  A toda prisa vino hacia el salón, llevándose las puertas con los codos. Mi padre, que había permanecido sentado y callado durante una hora, se levantó y caminó hacia ella. Entonces ocurrió: Mi madre pronunció aquellas dos palabras.

Supe que eran las palabras más bellas porque los dos se abrazaron y se besaron durante largos segundos sin que mi madre lo apartara repitiendo lo de siempre: "El niño..."
Yo seguí viendo los dibujos animados sin saber muy bien que hacer... A tientas presenciaba la escena que el reflejo de la pantalla del televisor me describía.

Fotografía: César SV.
No tengo claro el tiempo que pudo dedicar mi madre para dar con esas palabras. Pero estoy seguro de que consiguió lo que quería, porque no se han despegado desde aquel día.
Y si mi madre lo había conseguido yo no iba a ser menos. Yo lo intentaría como ella.

En el cole me armé de valor y me senté junto a Marta. Mientras coloreaba su dibujo miré su lápiz rojo y pronuncié aquellas dos palabras. Ella me miró...
-¿Qué dices?, No se qué es eso.
-¿Pero cómo no vas a saberlo? Son las dos palabras más bonitas del mundo, y yo te las digo a tí.
-Yo no se qué es eso...
-Pues yo no se explicartelo. Si quieres, ahora en el recreo, vamos y se lo preguntamos a los mayores.

Así fue cómo nos dirigimos al patio de los de mayores y, esquivando los empujones, nos integramos en un pequeño grupo para preguntarles el significado de esas dos palabras. Cuando las pronuncié un chico unicejo dejó de masticar su chicle y se lo pasó al otro lado de la boca para preguntar -¿Qué...?
Cuando volví a pronunciarlas todos se miraron y echaron a reír. Ellos tampoco sabían el significado y no pude explicar a Marta lo que quería decirle realmente.

Nunca entenderé a los mayores. Pero me contento con saber que mi padre sí conocia el significado de esas palabras y con que, desde entonces, tanto él como ella sonrían todo el tiempo. No entiendo la magia de todo esto, pero a decir verdad, algo ha cambiado para bien. No se sueltan de la mano, se miran durante la comida cuando creen que no les veo, juegan a esconderse y a encontrarse. Y deben de madrugar aún más porque desde aquel día me mandan a la cama más temprano...

"Las palabras más bellas de nuestro idioma no son <¡Te quiero!> sino <¡Es benigno!>". Woody Allen.

martes, 14 de septiembre de 2010

Las cerraduras de Dalí.

Nunca creímos en aquellos que hacen de la lástima amores eternos. Hemos sabido apostar por el amor más sincero, el más puro. Sin tapujos ni grilletes. Un amor como el que os une a ti y a tus lienzos ahora sangrados, llámalo "sanguina" si así lo prefieres.

Ilustración: César SV.
Siempre me lo negarás, pero tus lienzos hirientes imitan a los suyos. Tú, al igual que Él, intentas iconizar aquellos animales místicos que brotan del espejismo de un desierto. Buscas la amalgama de colores que describan lo que una niña observa desde su ventana.

Recuerdo las palabras de aquel viejo loco de bigote pasmado: "El canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la Ternura", a eso mísmo se refería..., si su amada Gala moría, él querría que ella encogiese, que fuese cada vez más menudita, así... hasta el punto de poder tragarla. De este modo Gala quedaría siempre dentro de él.

Tus deseos son los suyos, al igual que tus cuadros, también son imitaciones.

Tu capricho asesta el primer brochazo y comienza el goteo de un endemoniado reloj. Su tic-tac me hace cada vez más pequeño. Ya casi no existo y me obligas a salir del marco.

Las granadas se desgranan y el camisón cae al suelo cercandote los tobillos. Huyes de aquel pequeño perímetro de seda, primero una pierna y luego la otra, hasta que tus dedos rastrean el escondrijo de un pectoral hecho a creyón.

El tenebrismo se vuelve turbulento, la luz se solapa en las dunas del costillar y en todo lo híspido, hasta que las líneas de los contornos son una mera intuición. Es ahora cuando los girafelefantes echan a andar y tu cuerpo se diluye acrílicamente en una cromaticidad repugnante...

Por amor te devoraría. Me dejaría embriagar de colonia en tu peluquería. Recitaría los versos más hermosos, yo bajo tu ventana, tú sobre mi narizón. Mis cartas concluirían con el mejor membrete... pero por una vez, seamos proscritos de las modas errantes. Me fatiga este descontento, este descontexto. He aquí los des-síntomas del voyeur frustrado.

Y me cansa repetirlo:
No pienso ir a ningún oculista. Veo perfectamente.