miércoles, 13 de marzo de 2013

El jardín de las palabras

Las palabras, como todo, también tienen sus limitaciones. Unas son más asimilables, otras, en cambio, se crearon para el entendimiento de solo unos pocos.
Déficit, Inflación y Prima son palabras vacías, que siempre vienen acompañadas de porcentajes que describen cualquier "realidad económica".

De la misma manera, cada palabra tiene su momento. Hay palabras huecas, que vuelven y revuelven siempre para atenuar la gravedad de otras más tangibles, más acordes con una realidad palpable o, directamente, sufrible como Desahucio, HambreEstafa, Pobreza, Opresión, Corrupción, Desencanto.
Y en ese baile de mediocridad, en ese juego de "dónde está la bolita", en esa búsqueda de la palabra más precisa y oportuna, al menos una cosa es clara:

"Cada uno recoge lo que siembra"

Fotografía: César SV.

Eso sí, los refranes siempre tuvieron mayor alcance que ciertas palabras. Los refranes..., y una imagen, que también, según dicen, vale más que mil palabras.

jueves, 28 de febrero de 2013

Un enjuague contagioso

El silencio es un preludio de la nieve. Los pájaros enmudecen (cuesta recordar el tiempo que llevan callados) y los demás, hipnotizados, aún miramos esos copos suicidas a través de las ventanas. Cualquier sonido que viaje en el aire acaba por chocar contra uno de esos copos, que lo arrastra hasta al suelo donde perece, sin más rumor que la leve resonancia que crea una mota de polvo al posarse. Todos salen a zambullirse en ese manto crujiente y, aún así, todos los murmullos son lejanos. Son rísas y crujidos en la lejanía.

Fotografía: César SV.
Esa blancura parece enjuagar las mentes. Contagia sonrisas a todo aquel que se impregne de ella. Los niños, desorgnizados por la euforia, se desparraman en juegos improvisados, hasta que es un adulto quien ofrece la brillante idea de moldear un muñeco, y así poder realizar aquella ilusión que lleva arrastrando desde aquella niñez sin nieve.

El ejecutivo camina torpemente con su traje, y con paraguas y teléfono móvil en cada mano. Finge tener prisa y describe el suelo que pisa a su interlocutor, pero sólo él sabe que hoy es su día de libranza y que no hay nadie al otro lado del teléfono. 

Los coches más tercos se deslizan ladeados por el asfalto, sin más logro que estamparse a ralentí con otros coches más pacientes. Y esa escena de coches patinantes también provoca las sonrisas, que, poco a poco, van menguando a medida que el manto blanco se vuelve acuoso y marrón.

Es el deshielo, realmente, quien advierte del frío en el que nadie reparó. Por eso, mientras aquellos copos se deslizan por las alcantarillas, hay una estampida progresiva hacia el calor de los refugios que lleva la esperanza de volver a sentir, quizás algún día, una nueva alarma de silencio abosulto. 

miércoles, 30 de enero de 2013

Las visitas de Baco.

Para que Baco aparezca no es necesario gritar su nombre, ni pronunciarlo tres veces, ni atraerlo con húmedos susurros. Basta con perder la mirada en aquel punto donde el cielo se ata al suelo, justo donde se confunden los pigmentos de aquella maleza lejana que insinúa espectros fantasmagóricos, pero siempre inofensivos. Es allí donde aparecen las primeras pompitas que brotan del punto de fuga más profundo. Al principio flotan inertes y, luego, acaban ordenándose hasta trazar y completar su silueta.

Fotografía: César SV.
Desde lejos, Baco parece erguido. Pero, a medida que se acerca, puedo apreciar su doblamiento y su cojera. Viene hacia mí, retorciéndose en una risa que, primero, es estridente y, luego, acaba por unirse a mi propia carcajada. Y así, juntos componemos la misma estridencia. 

Lo mismo ocurre con su aspecto, cuanto más se aproxima, su joroba, peluda y berrugosa, se me hace más querible y amigable. Y, sin el más minimo síntoma de repugnancia, saboreo cada costra que curte su espalda y paso mi brazo por encima de su hombro. Se que le agrada la sensación de sentir mi hilo de saliva cruzando los variopintos relieves de su cuerpo, porque cuando lo hago, él, complacido, mueve su cola peluda con aspavientos circulares en el aire, como si imitara la punta de pincel del artísta más inseguro.

Y apoyado en él, y él apoyado en mí, caminamos ajenos a este mundo, hostil y resquebrajado, que tanto nos aburre. Así, nos deslizamos por un camino empedrado que nos hace rodar cuesta abajo y que nos aporta la inercia suficiente para hacer tirabuzones en el aire sobre todos los obstáculos que nos brinde cualquier problema o desengaño cotidiano.

A menudo tocamos el cielo con la punta de los dedos, hasta que el vómito sube por mi garganta y su flujo entorpece el trabajo de mis cuerdas vocales. A duras penas, mi voz articula, entre bocanadas, el juramento de no volver a repetir este encuentro.
Y ese pacto he de cumplirlo. Al menos, hasta mañana.