domingo, 9 de diciembre de 2012

Silencio a voces

Todo el pueblo estaba al tanto y, sin embargo, todos callaban. Pero aquel silencio era un silencio a voces. Una insatisfacción muda y, al mismo tiempo, vociferada. Eran labios sellados bajo unos ojos abiertos, bajo un pensamiento histérico.


Todos caminaban por unas calles empedradas y brillantes. Unas calles que cegaban con el brillo de un infierno bicolor fraguado en un cielo de verano.

Fotografía: César SV.
Se miraban en silencio, sin apenas detenerse. Se miraban a gritos y esa era la confirmación para todos. La confirmación de que los demás también lo sabían. La confirmación de que no estaban solos.

Porque todos, todos sin excepción, lo sabían. Todos sabían que había vuelto en la oscuridad de la noche, que había pasado la madrugada lamiéndose las heridas en la majada del cerro y que, al amanecer, se había entregado al sueño. Aquel hombre dormido se convirtió en la gran preocupación cuando vieron llegar el carro de las contrapartidas.
Había caído la tarde y él seguía dormido, sumido en un sueño atrasado. Si nadie lo despertaba, pronto le echarían mano sin remedio. Si no llegara a despertar, su sangre se vaciaría sobre la paja del chozo, y quedaría salpicada en la pared tras el estallido de su pecho. Su cuerpo sería fotografiado, igual que un trofeo que lleva en el cuello y en la barbilla la marca de sangre reseca que lustra una gran hazaña. Y nadie podría hacer nada, todo seguiría su curso hacia lo imposible. Una vez más, fingir indeferencia ante la pesadilla.

Las últimas escaramuzas lo habían agotado. Las emboscadas sin tregua y las largas expediciones, guiadas por luces y sombras de montes y estrellas, habían abarrotado sus parpados. Nadie se atrevió a despertarlo. Y yo, ajeno a los ojos vidriosos de los demás, allí lo encontré. Al verlo tendido me asusté, él solo se limitó a abrir los ojos y desperezarse. Me dirigió sus últimas palabras antes de salir:

- ¿Sabes qué es lo que más me jodería si estos hijos de puta llegan a cogerme? Que moriré sin saber. Nunca sabré si ya he vencido al olvido.