jueves, 11 de marzo de 2010

El castigo de Cronos.

Una vez más el asiento se le resiste. Intenta amoldarlo con sus manos, palpa torpemente el acolchado sin lograr la postura tan cómoda que había conseguido tan solo unos días antes. Mira sus zapatos, cada vez le quedan más holgados y se pregunta por qué: Tal vez se hayan ensanchado, o quizá le hayan dado los de otro. Las que visten de blanco le invitan a levantarse, pero él no quiere caminar: Él quiere mirar sus zapatos.


Encorvado bajo una luz fría, recuerda aquel día en el que su madre le partió el labio cuando, ante los ojos de los vecinos, lo sacudió a bofetadas en plena calle invocando al Dios Santísimo y a toda la corte celestial. Aquellos gritos hoy reverberan ante el abismo del olvido: “¡Desgraciado!, ¿Qué es eso de que la has preñado? .Pues ahora vas a cumplir, ¡¿Me oyes?, cumplirás como un hombre!”. Recuerda el olor a hollín de aquel día mientras una mueca sonriente deja salir un hilo de saliva y unos dedos temblorosos acarician su labio inferior buscando aquella cicatriz que nunca le quedó.


La guerra no está hecha para los militantes del humanismo. A él le sobrevino el estallido, pero no sucumbió. Siempre supo estar en el lado vencedor: ejercitó su exilio interior y el gaznate a la hora de engullir, sin importar la anchura, el carnet de algún que otro sindicato. Escupió sobre los brigadistas, repudió a las mujeres rapadas exhibidas calle abajo y cantó el Apocalipsis alzando su brazo con la palma abierta, dejando caer al suelo hasta el último resquicio de humanismo.


Su vecino de habitación le observa frente a él desde el asiento . En cualquier momento ese demonio de naríz hervida y boina roída se levantará del asiento y se aproximará para burlarse de nuevo. “Feo, más que feo, pareces un muñeco”. No malgasta con él las pocas palabras que le quedan, se limita a apuñalarlo con la mirada y esperar a que se marche por donde ha venido.
No era precisamente “feo” cómo le llamaban en su trono desde lo más alto del lupanar. Era el preferido de La Asturiana, la del culo más ancho, la más demandada. Su mujer nunca conoció a La Asturiana pero sí a otras tantas que le advirtieron de la galantería desmesurada que empleaba su marido con otras mujeres. Así llegaron las noches lujuriosas seguidas de madrugadas heladas bajo la aspereza del edredón, una cama fría, un patíbulo para la procreación del desamor, un escenario perfecto para la algazara y el moratón.


Un sabor a pila de botón inunda su garganta, ignora las llamadas en el hombro de los espíritus que nunca conoció, ni si quisiera en sus sueños, ahora amortajados. Busca en los ojos de las que, sentadas alrededor de una mesa, hablan durante horas sin escucharse. La de nariz aguileña lo saluda con la mano, pero él la rechaza. No es su mujer, busca los ojos de su mujer.


Llegó un virus otoñal y con él la enfermedad: el Mal de los reyes, herencia de un emperador hijo de una loca; también el Mal de los músicos, un audífono incapaz de canalizar las palabras susurradas, tan solo las silenciadas. Con la savia adormecida contrajo vértigo, sin razón, desconfianza y arrepentimiento. Besó con la frente el suelo para recoger su humanidad de nuevo, afortunado de sentirse perdonado. Pero la muerte llegó y ella se marchó, llevándose consigo su armazón. Así, frente al lecho, quedó desnudo calculando los segundos perdidos y recordando su última conversación:

Fotografía: César SV.

-Dímelo otra vez.
-No seas pesada…
-Quiero oírtelo decir una vez más.
-Está bien,...Para siempre.
-¿Para siempre?
-Para siempre, por siempre...


El enjambre de carruajes de los que olvidaron el arte de caminar sale en estampida de la sala al ritmo unísono que marcan centenares de bastones y zapatillas confusas. Es la señal, pronto las que visten de blanco vendrán a su búsqueda. Pero él no quiere dormir aún. Piensa en ella, en la foto que desde hace días no encuentra. Y se mira los zapatos. No consigue averiguar por qué sus zapatos son cada vez más grandes. Mientras los observa siente al menos ese pequeño consuelo, el de haber sabido comprender que cuando a un niño le aprietan los zapatos es de crecer.

2 comentarios:

  1. Maravilloso, ud me hace bien con lo que escribe.
    Saludos
    Evelyn

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  2. Bellísimo post!! Me ha encantado tu blog y este post es fantástico. Me encantó. Felicitaciones! Un abrazo.

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